Libertad de prensa y responsabilidad

 

Posiblemente el lector recuerde la fábula de Juanito y el lobo, en la que un jóven emitía falsas alarmas sobre la aparición de una bestia salvaje que amenazaba la vida del pueblo, generando pánico y decepción entre los habitantes. Juanito repite esta broma durante mucho tiempo, hasta que un día el lobo feroz decide aparecer, pero nadie acude al pedido de auxilio de Juanito, toda vez que su confiabilidad carecía de valor luego de años de mentiras.

Hoy los argentinos nos encontramos en un estado de completa orfandad en materia de confianza. Cada día creemos menos en nuestras instituciones tradicionales como la política y la justicia, arrastrando en ese mar de incredibilidad a la prensa y la buena fe de nuestro prójimo. ¿Cómo fue que llegamos a esta indeseable situación? Quizás estaría bueno analizar un hecho reciente, poco trascendente aunque muy sensible, que tuvo lugar en Buenos Aires.

 

El beso que no fue

 

El lunes pasado una joven fue detenida en la estación Constitución de la línea C del subte, bajo la imputación de “lesiones graves y resistencia a la autoridad”, que son delitos penados por la ley de nuestro país. Según fuentes policiales, la mujer se encontraba fumando en un lugar prohibido cuando un oficial de la policía metropolitana le pidió amablemente que apagara su cigarrillo o se retirara del establecimiento. Lejos de hacer caso, la joven reaccionó de manera violenta, con insultos y agresiones físicas contra el policía y su compañera de guardia. Por este motivo los efectivos de la metropolitana tomaron la decisión de reducir a la agresora y llevarla detenida a la comisaría.

Sin embargo, a pesar de la existencia de videos y testigos varios que confirman la versión oficial de la metropolitana, cierta porción de la prensa, y de los partidos de izquierda, se encargó de transmitir una versión muy diferente de los hechos. En este relato, la mujer se encontraba  tranquilamente con su pareja, también mujer.  Al presenciar el beso de las jóvenes, un oficial de la policía decidió golpear y encarcelar a un miembro de la pareja amorosa, en un claro acto de homofobia y abuso de autoridad.  

Por supuesto, este relato sirvió de excusa suficiente para generar un tono épico y hacer una convocatoria al “bezaso”, en repudio de la represión policial y la lesbofobia. Si bien el público general manifestó dudas respecto a la verosimilitud de esta segunda versión de los hechos, y de la credibilidad de quienes promueven este relato, la convocatoria fue exitosa con la participación de un centenar de personas que se presentaron en el lugar de reunión.  

 

El problema de fondo

 

La anécdota que acabo de mencionar no merece permanecer en nuestras memorias y seguramente será olvidada en menos de una semana. Sin embargo es un buen ejemplo, casi inocuo, del mal uso que hemos hecho como sociedad de los prejuicios y buena voluntad del prójimo.

Desde ya quiero mencionar que no culpo a quienes, con muy buenas intenciones, se preocuparon y se manifestaron en contra de un posible abuso policial. En un mundo donde el terrorismo islámico arroja homosexuales desde edificios, no podemos permitir ni el más mínimo acto de discriminación contra las minorías sexuales. Mucho menos desde el aparato represivo del estado.  

Esta nota de opinión es sólo un llamado de atención para quienes hacemos uso diario de nuestro derecho humano a la libertad de expresión, que es la máxima manifestación de nuestra libertad individual, así como la piedra angular del progreso humano.

Es necesario recordar que ningún derecho se encuentra libre de obligaciones. Más allá de las responsabilidades judiciales que pueda tener la difusión de noticias falsas o inexactas, el mayor problema es la pérdida de verosimilitud. De nada vale nuestra libertad para decir lo que pensamos si el mundo entero desconfía de nuestro honor como comunicadores. Si seguimos por este camino terminaremos como Juanito, comidos por un lobo, y las verdaderas víctimas de discriminación o violencia sufrirán las consecuencias de las mentiras de aquellos que no supieron respetar la ley, y en lugar de aceptar las consecuencias de sus actos se disfrazan de perseguidos políticos.

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